miércoles, 13 de mayo de 2009

Antonio Vega

De tanto esperarlo, todos nos habíamos olvidado; a todos nos cogió por sorpresa, aún sabiendo de su fragilidad; pero como llevaba tanto tiempo en equilibrio, en un bello equilibrio de funámbulo, pensábamos que seguiría así: haciendo bellas piruetas por las salas y teatros de todo el país.
Ir a un concierto de Antonio siempre era una incógnita; la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Nunca vi que el público animase tanto a un músico, tanto como a un deportista que estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano, batiendo una plusmarca. Y en cierta manera, eso es lo que era; una nueva marca, un nuevo reto. Desde el primer tema, cuando sus manos luchaban contra la tensión de las cuerdas de acero, se escuchaba al fondo del teatro un ¡vamos Antonio! que sonaba a eso; a ¡tú puedes hacerlo! Y él se entregaba a fondo y volvía a conseguirlo, volvía a conseguir conmovernos como lo hizo siempre. Volvía a batir su marca.
Quien haya visto de cerca sus ojos oscuros y profundos, quien haya gozado de su sabiduría cósmica, sabe que Antonio Vega era una de esas pocas personas excepcionales; de esas personas que te hacen temblar por dentro; al fin y al cabo un artista. Después de conocerlo aprendí perfectamente a distinguir quien lo era de quien sólo era un fraude. Sólo estuve con él unas horas precavido ante la posibilidad de desmitificarlo como ya me había pasado con otros artistas que había admirado. Fue el tiempo suficiente para darme cuenta de su grandeza.
Ahora sé por qué le costaba tanto empezar un concierto: tenía que contemplar otro mundo. Tenía que conectar con otro mundo; por eso le gritábamos ¡vamos Antonio!
Es seguramente el único músico platónico que he conocido y conoceré: pensaba que las canciones preexistían en una especie de mundo matemático y que el músico sólo tenía que descubrirlas; la creación era para él descubrimiento, un viaje a un mundo inmaterial donde coexistían las canciones con las matemáticas. Entiendo su desprecio por el mundo material del que formaba parte su propio cuerpo; porque él no estaba aquí aunque su cuerpo sí. Sólo volvía para traernos pedazos de ese mundo hechos canciones.
Gracias Antonio, espero que ahora sí lo estés contemplando.

4 comentarios:

Unknown dijo...

artista si que era... platonico, astral, en otro... planeta... pero pedazo de artista... no olvidaré el buen ratito que echamos el verano pasado...besos antonio...

un beso primo

* - El [xi.. [ i ] ..ki] sA - * dijo...

Bonita entrada, Gonzalo!

Yo no sé prácticamente nada sobre Antonio Vega, solo conocía y conozco la canción que se escucha ahora entre clase y clase (por fin algo decente, jeje), pero se ve que era un gran artista.

Un saludo

Gonzalo NC dijo...

Hola Gonzalo, sentidas palabras. Sólo decir que no hemos perdido sólo a un gran músico, hemos perdido a uno de los pocos músicos españoles que sabía hacer buenas letras, hemos perdido sobre todo a un pedazo de poeta, a un lírico de raza. si de buenos compositores escaseamos, el panorama de la calidad poética de la música española parece un páramo. Lo que más agradezco a Antonio Vega es la calidad de sus letras, biográficas sin contar mucho, hondas sin patetismo, intemporales, aquilatadas... He sentido ese crujido que produce el mundo cada vez que un poeta muere, cada vez que la humanidad se empobrece. Sigue vivo en sus versos, busquemos ahí la vida para no envilecernos, ese es el mayor homenaje que podemos hacer a Antonio.

Unknown dijo...

Dos meses antes de su desaparición, yo pude compartir un desplazamiento desde el backstage de un teatro hasta la habitación donde se hospedaba, una simple habitación, con nada más que una bonita vista a la ría de Arousa; sin televisor, sin partida triple de toallas, sin jacuzzi, sin excentricidades absurdas a las que se aferran los artistas enganchados al famoseo para sentirse un tanto más especiales. Mientras las tres personas que nos sentábamos junto a él, en la parte de atrás de una furgoneta, tomábamos extrañas posturas para poder dejarle el máximo espacio posible, en agradecimiento a su invitación para compartir viaje y por la sensación de que un pequeño golpe provocado por un suave desplazamiento en una curva, se pudiese convertirse en fuerte impacto en su delicada figura. Sólo fueron unos minutos, pero unos minutos en los que me sentí un privilegiado mientras alli sentado, a su lado, me enseñaba su colección de capítulos de Popeye que había comprado en una gasolinera, y la ilusión que tenía por verlos uno tras otro, y sin interrupciones. Quizá había encontrado otra ventana de evasión......