martes, 24 de marzo de 2009

Autopista

El Náutico es como la vieja guarida de un cangrejo llena de pequeños tesoros: bicis, mangueras, carretillas y hasta una pequeña roulotte, igual a la de Raymond Carver (solíamos imaginar que era la misma, donde amó a su querida Tess.)
Allí esperamos a los chicos que nos iban a ofrecer su show de funambulismo nocturno: los equilibrios de Kid Chocolate al final de su redención, la magia de Kid bicicleta; Césare di Zulo: el buscador de cielos azules; mi amigo Kid Carretilla, domador de acordes, y el último en llegar, Big Mac, el gran Big Mac, diría yo, más sobrio y menos químico que el resto.
Hicieron lo que sabían y lo hicieron bien: fue como descubrir una nueva película de Hawks.
¡Queremos más! -Gritamos-
Abrieron un sendero nuevo hacia el almacén que bautizamos como “autopista”. Dejamos que el mar pasara de azul, a negro aceituna y nos dormimos en la playa.
Nos despertamos en otra que bautizamos como “amistad”; lo escribimos en un papel y lo enterramos en la arena.
Lo buscaré el año que viene –me dije- recordando aquella frase de Franklin: “un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo siempre será un hermano”. Por la tarde nos advirtió Chéjov: “aceptar la felicidad mientras sea gratuita, después correréis tras ella, pero no podréis alcanzarla”.
La buscaré el año que viene –me dije- porque yo también quiero volver a la ría con los chicos de Autopista: un barco totalmente equipado luchando contra su amarre.

Gonzalo Cifuentes

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