viernes, 8 de febrero de 2008

enamoramiento y amor

I
Gonzalo Cifuentes

Según Platón, existen en nosotros dos principios rectores: un deseo innato de placer y una capacidad de juicio adquirida que tiende a lo mejor. A veces coinciden los dos, a veces difieren. Cuando vence nuestro juicio, tenemos auto-control o moderación; cuando el deseo nos lleva al placer en contra de nuestro juicio caemos en el exceso.
En relación con la comida, esta victoria de la pasión, es la glotonería, en relación con la bebida, la borrachera; y en relación al placer que proporciona los cuerpos bellos es el Eros, es decir, el amor.
Según el mito, descrito por Platón en el Banquete, en la fiesta del nacimiento de Afrodita, Poros (riqueza) estaba descansando en un viñedo cuando Penía (pobreza) se las ingenió para tener un hijo de él. De esta forma nació Eros que fue criado de Afrodita y heredó una serie de atributos de sus padres: pobre, rudo, indigente, descalzo y sin hogar como su madre y siempre avaro de lo bueno y lo bello, valiente, apuesto y enérgico, astuto, cazador avispado y ávido de conocimiento como su padre. No es ni mortal ni inmortal, sino que vive y muere y vuelve a vivir…
El estudio del amor es tan antiguo como la filosofía. Es una investigación seria y complicada y sin embargo, no se le ha dado el nivel intelectual que merece.
Aparentemente todo el mundo cree saber mucho sobre el tema del amor. Todo el mundo se permite darnos consejo y orientación sobre gran cantidad de temas relativos al amor. Todo el mundo se enamora. Todo el mundo sufre por amor. Da la sensación de que es un asunto universal, del que siempre hay algo que decir. Los más variados y contrarios adjetivos lo acompañan: “el amor es maravilloso”, “el amor es una enfermedad”… pero lo cierto, es que poco se reflexiona sobre él.

Cierto es que abundan manuales de autoayuda o comprensión del fenómeno amoroso; son en su mayoría escritos de pretensiones científicas o psicológicas que tratan de los temas más diversos: el momento eufórico del enamoramiento, el desgaste del tiempo, los celos, la convivencia, el desengaño…
La aparición de toda esta literatura en este momento histórico concreto no es una casualidad; es una consecuencia de los tiempos que nos ha tocado vivir, tiempos de cambios rápidos donde ya no nos sirven de referencia los valores heredados (lo que nos han enseñado, si es que nos han enseñado algo).
Los amores románticos que leímos o visionamos en cientos de películas, no se ajustan a nuestra realidad cotidiana inundada cada día por decenas de noticias en las que destacan casos de la mal llamada “violencia doméstica”….
No encontramos referentes culturales cercanos a los que agarrarnos e intentar comprender nuestra propia situación. No se enseña qué se conoce por amor en la escuela, tampoco en el instituto, ni en la universidad…
Parece tema baladí, como si se diera por hecho, como si fuera evidente que cada uno va a encontrar su recto camino en el circuito del amor, cuando es evidente que se trata de algo de vital importancia para nuestra felicidad y bienestar.
Nuestra desorientación se torna a veces en depresión y frustración que tratamos de paliar con la lectura y consejo de toda una serie de manuales que solamente de forma sesgada se ajustan a nuestro caso. Algunos de éstos abordan el tema a través de claves científicas y nos intentan convencer de la imposibilidad de escapar de nuestra propia biología y de la dictadura de las extrañas feromonas. Otros circundan ámbitos de espiritualidad casi religiosos; otros se introducen en el orbe de la psicología reduciendo el asunto a una mera patología… Todos los que han caído en mis manos y he tenido la oportunidad de analizar, cometen el mismo error de comienzo…
La Ciencia en general es bastante rigurosa cuando ha de definir su objeto y campo epistemológico; digamos que sin este primer momento toda la investigación posterior carecería de rigor suficiente como para ser tomada en serio. La definición del campo semántico del objeto investigado ha de ser lo más precisa posible; la asignación de un significante tiene que ser unánime para la comunidad científica. Si no lo hay, su primera labor debería ser esa. Tiene que estar clara la relación entre el “definiens” y el “definiendum”… Imaginemos que en un congreso de meteorología la comunidad de científicos allí presente no tiene clara la diferencia entre un tornado y un ciclón; toda investigación posterior carecería de sentido. Esto es exactamente lo que ocurre cuando se intenta un estudio serio sobre el tema del amor: se confunde continuamente dos estados psicológicos diferentes que tienen asignadas dos semánticas diferentes.
Es cierto que desde el ámbito científico se ha estudiado con más o menos rigor el fenómeno del instinto sexual y el enamoramiento, pero sin diferenciarlo de ese otro estado más serio profundo y humano que es el del amor.
A lo largo de la historia tanto la filosofía como otras disciplinas han considerado el problema como una cuestión menor dentro del amplio elenco de actividades humanas. Platón dedica alguno de sus diálogos más importantes al análisis del Eros, (el Lisis, el Banquete, el Fedro, incluso algunas partes de La República). Lo cierto es que nada o poco tiene que ver con lo que nosotros consideramos amor.
¿De dónde procede la palabra “amor”? Nuestras lenguas lo tomaron del latín, pero no era una palabra latina. Los romanos la tomaron del etrusco que es hoy una lengua desconocida y muerta. ¿Por qué razón tuvieron que tomar el vocablo de una lengua extranjera y no adoptaron el término griego como era habitual? ¿Qué razones semánticas tendrían?
No es una cuestión para tomar a la ligera, pues puede darnos las claves para entender el comienzo de la confusión histórica entre “amor” y “enamoramiento”. ¿Cuál sería la diferencia entre la forma de amar de los griegos y los etruscos?
Los primeros consideraban que para que se llevara a cabo una relación “erótica” tenía que existir intelectualidad o lo que podríamos llamar “cultura amorosa”; por eso se consideraba complicada una relación entre un hombre noble, con formación intelectual, y una mujer a la que por principio estaba vetada esa formación: “La sabiduría y el conocimiento es el camino para ser amado”, afirma Platón en el Lisis. Resultaba imposible que un ateniense inteligente y educado encontrara en su esposa un igual, un amigo capaz de estimular tanto su mente como sus sentidos. Era más fácil que la relación “erótica” se produjese entre dos hombres. En este caso sí se garantizaba un intercambio intelectual, fundamento del vocablo “Eros”.
Realmente la raíz del término se ha mantenido en nuestra tradición lingüística referido a todo aquello que tenga que ver con el deseo, pasión, estética o juego amoroso; en general, en todas aquellas situaciones donde se hace importante la participación intelectual o cultural: existen hoy géneros como el cine erótico o la literatura erótica, donde se hace patente esta característica.
Es más que posible, (aunque nunca llegaremos a saberlo), que para los etruscos la importancia no radicara en el refinamiento intelectual, sino en cuestiones más prácticas propias de su forma de vida. Sospecho que prevalecerían conceptos como la procreación y estabilidad familiar, que probablemente al espíritu romano interesasen más. El amor en este sentido tiende menos al erotismo y más a la practicidad parental y procretiva.
Está claro que a la tradición cristiana interesó más la explotación de este concepto etrusco-romano que el griego.
Durante la edad media aparece una progresiva “erotización” del concepto. Es lo que se conoce como “amor cortés”, donde el amor se manifiesta como una especie de juego de elevadas intenciones guiadas por el uso de la razón. Al producirse este juego se supone que las dos partes interesadas están en parecida situación intelectual, es por eso que el amor cortés tiene su inicio, como su propio adjetivo hace entender, en los estratos más elevados de la sociedad francesa; esto es, en la corte del rey y en su entorno, donde las mujeres van adquiriendo un papel más relevante. No cabe duda de que el amor cortés tiene ya un gran componente erótico. En este sentido empieza una inversión temática hacia Grecia.
No pretendo analizar toda la temática del amor cortés del que ya hay numerosos escritos, tan sólo hacer ver que al término de origen etrusco-romano-cristiano “amor” se le añade una propiedad que podríamos considerar erótico-griega.
Tras el amor cortés que tiene su fin en el SXIII, sigue una nueva forma, aunque heredera de éste, que se conoce como “amor gentil”. En el SXV comienza un resurgimiento del “amor platónico” por la influencia del renacimiento, aunque considerado éste con la acepción más actual de “amor imposible” (Es el amor de Don Quijote por Dulcinea).
A la “estima” del SXVII sucedió la “galantería” del XVIII, ambos de corte menos espiritualista que el amor “platónico” pero con componentes cada vez más eróticos. El siguiente giro importante hacia la “erotización” del amor aparece en el SXIX a cargo de lo que hoy conocemos como amor romántico y que extiende su temática hasta bien entrado el SXX e incluso el XXI. Es evidente que en nuestro lenguaje se sigue utilizando el vocablo “romántico” para describir algunos comportamientos amorosos.
Lo que rige la historia del concepto desde Grecia es una tensión provocada por la cristiano-romanización del término.
En el Libro de buen amor de Juan Ruiz, también conocido como el Arcipreste de Hita, encontramos un buen ejemplo de este proceso:
Teniendo en cuenta el objetivo didáctico y moralizador de la obra de Juan Ruiz podemos percibir una dicotomía del concepto de amor basada en la confrontación entre el buen amor y el mal amor; el primero protegido por la moral cristiana y el santo sacramento del matrimonio; el segundo, el mal amor, relacionado con los excesos del sexo y la vida en pecado de corte completamente pagano. Se trata de una colisión entre lo devoto y lo pagano, del eterno enfrentamiento entre Eros (como principio de placer) y Tánatos (principio de realidad); se trata, en fin, de dos concepciones diferentes del amor. En la obra de Juan Ruiz el amor es un arma de doble filo: energía liberadora y regalo divino a los humanos, por una parte; y causa de males, locuras y pecados, por la otra. Este reverso cristianizado del amor se aleja del Eros griego benefactor y platónico. En El libro del buen amor las acusaciones contra el amor son, muchas veces rotundas: “Tú quitas a los hombres su libertad”

II


Posiblemente la teoría sobre el amor romántico que más ha influido en el SXX es la de Stendhal publicada en su famoso ensayo titulado Del Amor. Esta teoría casi con total seguridad surge como consecuencia de la pasión que Matilde Viscontini-Dembowski desencadenó en el ánimo de Stendhal. Esto no es un mero hecho anecdótico, pues es posible que tal relación perfilase de alguna manera su visión pesimista del tema.
Del Amor es conocido sobre todo por su clasificación de “las especies amorosas” y por su teoría conocida como de la “cristalización”.
Para Stendhal existen básicamente cuatro tipos de amor:

1. El amor-placer o galantería: consiste en la afectación del amor; en reproducir las maneras del enamorado pero sin enamoramiento; en conducirse como si… Se trata, en
El fondo, de una simple exhibición de buenas maneras. Se aprovecha la ocasión de la cercanía de una persona del otro sexo para lucir ante ella elegancia y delicadeza. El corazón en ningún caso se ve comprometido.
2. El amor físico: Stendhal, en lugar de darnos una definición, nos describe una breve peripecia: “Yendo de caza hallar una hermosa y fresca campesina que huye por el bosque…” Todo el mundo conoce el amor fundado en esta clase de placeres que comienzan en la pubertad.
3. El amor vanidad: amar por vanidad a una persona es amarla porque esa persona es deseada por otras, porque es un sujeto dotado de prestigio social o económico, porque se ha mostrado despectivo y altanero entre otras personas que han intentado ganar su afecto, etc.…
4. El amor pasión: es fundamentalmente un fenómeno de la imaginación. Stendhal afirma que nos enamoramos de lo que previamente hemos dotado de perfección. A esa proyección de primores, reales o infundados, que constituyen el trabajo preliminar de la imaginación que se dispone a amar, es a lo que Stendhal llama cristalización: “si se deja la cabeza de un amante trabajar durante 24 horas, resultará lo siguiente: En las minas de Salzburgo se arroja a las profundidades abandonadas de la mina una rama de árbol despojada de sus hojas por el invierno. Si se recupera al cabo de dos o tres meses, estará cubierta de cristales brillantes. Imposible reconocer la rama primitiva. Lo que Yo llamo cristalización es la operación del espíritu que en todo suceso y en toda circunstancia descubre nuevas perfecciones del objeto amado”
Para Stendhal enamorarse, es autoengañarse casi, deliberadamente. Los momentos inaugurales del amor son los mejores. En las incertidumbres del cortejo están condensadas sus delicias y no en su desenlace, como tendemos a pensar. El cortejo, según Stendhal, es una investigación sentimental en la que un hombre y una mujer desean averiguar cosas diferentes. La seguridad que busca el hombre es la seguridad de que la mujer lo ama; la seguridad que busca la mujer en el hombre es la certeza de que no dejará de amarla. El alma, asegura Stendhal, se cansa de todo lo uniforme, incluso de la felicidad perfecta. Llega a decir que es preferible el dolor a semejante dicha anestesiante. ( Freud afirmaba que en el amor compartido, cada satisfacción sexual es seguida de una disminución de la sobreestimación del objeto-amado)
Realmente las dos primeras especies de la clasificación del amor: amor-placer y amor físico, resultan un tanto infantiles y sexistas a los ojos de nuestro tiempo; no así a los hombres del SXIX y principios del XX, donde el cortejo y el juego todavía un tanto “cortés” resultaban relevantes con el añadido de un cierto aliño erótico; nótese en el ejemplo que utiliza Stendhal para referirse al amor físico (“hermosa y tierna campesina…”) está cargado de simbología claramente erótica.
Con respecto a la tercera clasificación, el amor vanidad, cabe decir que todavía tiene vigencia y actualidad; aunque desde mi punto de vista no es demasiado diferente de la cuarta, el amor pasión, y por lo tanto no merecería un epígrafe diferenciado.
La cuarta especie o clasificación de Stendhal, el amor pasión, califica al amor de una constitutiva ficción: nos enamoramos cuando sobre otra persona nuestra imaginación proyecta inexistentes perfecciones; un día el montaje se desvanece y el amor muere.
Es cristalización por esa proyección de cualidades inexistentes que se van acumulando y endureciendo en la mente del sujeto y que transfiguran la imagen original del amado.
Aunque esta cuarta clasificación es sumamente interesante, sobre todo para el amante despechado, incurre en una serie de errores importantes. No cabe duda de que fue y sigue siendo, una teoría muy influyente pero redunda en lo que he llamado “el error psicosemántico” pues no diferencia con claridad entre enamoramiento y amor. Parece más bien una teoría sobre el enamoramiento no correspondido que termina inevitablemente en extinción del sentimiento.
Una de las críticas más firmes y acertadas que se han hecho de esta teoría, fue realizada por el filósofo español Ortega y Gasset en un artículo conocido y publicado como Amor en Stendhal. Ortega afirma que para Stendhal el amor es menos que ciego: es visionario; “no sólo no ve lo real sino que lo suplanta” .Afirma que esta teoría se preocupa más bien de explicar el fracaso del amor; la desilusión de fallidos entusiasmos; en suma, del desenamoramiento y no del enamoramiento.
Se trata por tanto de un fraude: el amor se hace por uno mismo y además concluye. Para Ortega no es que el ser amado aparezca íntegramente perfecto, basta que en él haya alguna perfección para que se produzca un estado anómalo de atención que él identifica como “enamoramiento”.

III

“La historia del enamoramiento será la historia del rechazo a elegir y
el aprender a elegir.” Francesco Alberoni

Una de las obras más influyentes de finales del SXX y que sigue vigente hoy en día es Enamoramiento y Amor del sociólogo italiano Francesco Alberoni. Lo interesante de este trabajo es que diferencia, desgraciadamente más de una forma implícita que explícita, entre enamoramiento y amor propiamente dicho.
Define el enamoramiento como “un estado naciente de un movimiento colectivo de dos”. Y es precisamente en esta característica de caso especial de “movimiento colectivo” donde Alberoni encuentra el mayor interés como fuerza revolucionaria capaz de mover el mundo; fuerza que se define por su creatividad, entusiasmo y fe.
Lo curioso es que no son las virtudes de la persona amada lo que importa, pues al fin y al cabo se trata de una persona como las demás. Es el tipo de relación establecido, el tipo de experiencia extraordinaria que estamos viviendo lo que hace que esa persona destaque. “El enamoramiento es abrirse a una existencia diferente sin ninguna garantía realizable”. Tiene un punto de sacralización por ese carácter extraordinario de la experiencia: se señalan fechas, se mitifican lugares, se adoran canciones… se crea un nuevo espacio y tiempo sagrados.
El enamoramiento es un encuentro de dos sujetos aislados que tienen cada uno un sistema de relaciones del cual quieren conservar una parte y reestructurar otra. Es un proceso de reestructuración de las relaciones en torno a un individuo. “El enamoramiento no dura siempre, lo extraordinario convive siempre con lo común y se vuelve ordinario”.
El capítulo 7 de su obra comienza con una interesante pregunta que en el fondo, pone de manifiesto la diferencia entre amor y enamoramiento: ¿Es posible estar enamorado de dos personas a la vez? La respuesta es tajante: No. “Todos podemos mientras amamos a una persona enamorarnos de otra. Más bien podemos decir que esta es la regla. En cambio, es imposible enamorarse de dos personas diferentes.
En el capítulo octavo la diferencia se hace más explícita: el enamoramiento es un estado naciente, transitorio. No es un estar es un ir, un ir hacia; y el llegar es el amor. Cuando todo funciona bien, el enamoramiento termina en amor; “el movimiento cuando triunfa produce una institución (…); la relación que hay entre enamoramiento y amor es el tipo de relación que hay entre despegar, volar y llegar. Otra imagen es la de la flor y el fruto. Cuando existe el fruto la flor desaparece; y no tiene sentido preguntarse si es mejor la flor o el fruto. Sin el uno no existe el otro. Tampoco tiene sentido confundirlos porque son diferentes, no son sólo formas de pensar diferentes, sino sistemas categoriales diferente.”
Por sistema categorial, me imagino que Alberoni se refiere a un modo concreto y completo de interpretar la realidad; este modo, dice Alberoni, tiene que ver con lo que llama la “regla del comunismo”, es decir que cada uno dé según sus posibilidades. Es una pena que en este punto Alberoni no haya tratado de dar una relación más exacta de las categorías del enamorado.
En el capítulo 10 Alberoni analiza las condiciones en las que se puede producir el enamoramiento. No es cuando uno lo desea, sino cuando surge la necesidad de romper con el pasado, una necesidad de volver a discutir la propia vida. Nadie se enamora si está satisfecho con lo que es. “El enamoramiento surge de la sobrecarga depresiva y esto es una imposibilidad de encontrar algo que tenga valor en la existencia cotidiana” “Un intento de rehacer nuestro campo social y ver el mundo con ojos nuevos”.
El enamoramiento es un “estado naciente” y como tal es libertad. El amor es una institución, y como tal es un pacto, un compromiso. Un enamoramiento puede ser fuerte y a la vez, surgir sin violencia. Puede nacer de un encuentro sereno, del placer de estar juntos, de lo que quiere cada uno y el pacto que lo institucionaliza.
¿Puede transformarse el enamoramiento en un amor que conserva, durante años, la frescura de éste? Sí; si las dos personas llevan juntas una vida activa y nueva, aventurera e interesante, en la que descubran juntos cosas diferentes y luchen juntos contra las dificultades exteriores. Hacer experiencias nuevas juntos: ésta es la clave de la prolongación del enamoramiento activo, del re-enamorarse continúo de la misma persona.

ENAMORAMIENTO------------------------------------- Estado naciente ------Libertad
AMOR------------------------------------------------------- Institución, Pacto, Compromiso

Pasando por alto las pretensiones sociológicas que Alberoni otorga al amor, lo más interesante de su obra es que intuye la diferencia entre enamoramiento y amor, en algunos momentos la diferencia se hace claramente explícita, aunque no profundiza en las claves psicológicas de ambos conceptos, y no señala el conflicto inherente a la confusión como años antes había hecho el filósofo español Ortega y Gasset.

IV

“El alma del enamorado huele a cuarto de enfermo”
Estudios sobre el amor. Ortega y Gasset
En el artículo “Para la cultura del amor” incluido en su obra El Espectador II, Ortega y Gasset escribe: “pese al incomparable relieve que la aventura amorosa tiene, siempre es bien poco lo que sobre el amor se sabe. No hay todavía una cultura del amor, aunque ningún afán suelta tanto la palabra ni solicita con tal vehemencia el consejo. Y esta escandalosa incultura es causa inequívoca de muchos desajustes y zozobras del mundo contemporáneo”
Para Ortega el tema del amor, es el menos explorado de la cultura humana; las razones son múltiples, entre ellas, está el hecho de que los amores son por esencia vida privada. Un amor no se puede contar como quien cuenta una anécdota; cada cual tiene que atenerse a su propia experiencia personal, muchas veces, escasa. Además un ensayo sobre esta cuestión suele ser obra bastante desagradecida, pues es corriente tratar al que se aventura en tales temas como un Don Juan.
Lo cierto es que Ortega es consciente de que para hablar con precisión del tema es necesario un alejamiento suficiente: “conocer las cosas no es serlas, ni serlas es conocerlas” (El tema de nuestro tiempo); Se trata de la teoría filosófica de Ortega conocida como “perspectivismo”. Según Ortega sería del todo inadecuado que un autor enamorado tratara de comprender el fenómeno amoroso (tal parece ser el caso de Stendhal).
Otro problema inherente al tema del amor es que con este vocablo denominamos los hechos psicológicos más diversos y así ocurre que nuestros conceptos y generalizaciones no se corresponden nunca con la realidad. Se confunde continuamente el amor con el enamoramiento.
La pregunta importante para Ortega es: ¿Qué entiende nuestra época por amor?
El amor estrictamente es pura actividad intelectual hacia un objeto, que puede ser cualquiera, persona o cosa. Amar algo no es simplemente “estar”, sino actuar hacia lo amado. “El amor a la Ciencia y el amor a una mujer tienen algo en común y lo que los diferencia no es propiamente amor”.
En sentido lato se suele llamar amor al enamoramiento que es un estado psicológico complejo donde el amor tiene un papel secundario. El enamoramiento es más bien un angostamiento y una relativa paralización de nuestra vida de conciencia. Es un fenómeno de la atención y a nuestra conciencia no le es posible atender algo sin desatender otras cosas que quedan en una posición secundaria. Cuando la atención se fija más tiempo de lo normal en un objeto, la psicología habla de “manía”. El maniático mantiene una atención desmesurada sobre algún objeto, y el enamoramiento, en su inicio, no es más que eso: “atención anómalamente sostenida en otra persona”.
No se trata de un enriquecimiento de nuestra vida mental. Todo lo contrario: “Hay una progresiva eliminación de las cosas que antes nos ocupaban; la conciencia se angosta y contiene un solo objeto; la atención queda paralítica”.
Lo curioso es que el enamorado tiene la sensación de que su vida de conciencia es más rica; cuanto más se reduzca su mundo, más fuerza concentra en un solo punto. De esta forma el objeto favorecido se ve dotado de cualidades portentosas. Sin reducción de nuestro habitual mundo no podríamos enamorarnos.
Para salvarnos de esta “manía” tendríamos que volver a ensanchar el campo de nuestra conciencia, y para ello es necesario introducir en él otros objetos que arrebaten al amado su exclusivismo. Lo único que salva al enamorado es un choque recibido desde fuera; se comprende así que la ausencia, los viajes, sean una buena cura para los enamorados, pues se trata de “terapéutica de la atención”.
Ortega afirma la necesidad de distinguir el “amor de enamoramiento” del “fervor sensual” (deseo), del cariño y de la pasión. El amor de enamoramiento se caracteriza por contener dos ingredientes fundamentales. El sentirse “encantado” por otro ser, y el sentirse “absorbido”. No se trata de un querer entregarse sino e un entregarse sin querer; es la entrega por encantamiento: una especie de succión que la personalidad ajena ejerce sobre nuestra vida. Por eso el enamorado vive no desde sí mismo sino desde otro. El deseo probablemente sea de signo contrario, pues es el objeto lo deseado; mientras que en el encantamiento soy yo lo absorbido. Por lo tanto, el verdadero enamoramiento tampoco es deseo; cierto es que de todo amor nacen deseos respecto a lo amado, pero estos deseos no son el amor sino al contrario, lo suponen porque nacen de él. “No es la pasión culminación del afán amoroso, sino al contrario, pues en la pasión no hay ni encanto ni entrega”.
El fenómeno amoroso va en sentido opuesto a la falsa mitología que hace de él una fuerza elemental y primitiva que se engendra en la animalidad humana y se apodera brutalmente de la persona. El amor es todo lo contrario de un poder elemental; más bien, dice Ortega, parece un género literario, pues más que un instinto es una creación, y aún como creación, nada primitiva en el hombre. Debemos desterrar la idea de que es un sentimiento que todos o casi todos, somos capaces de sentir, que se da en cualquier momento histórico, independientemente de la sociedad o cultura a la que se pertenezca. El amor de enamoramiento es un hecho poco frecuente para el que hay que tener talento; no se enamora cualquiera. El suceso se origina cuando se dan ciertas condiciones en el sujeto y en el objeto que garantizan un mutuo estado receptivo.
Para Tomás de Aquino el amor y el odio son dos formas de deseo. El amor es el deseo de algo bueno en cuanto bueno; el odio un deseo negativo. Ortega encuentra en esta definición una nueva confusión entre deseo y amor. Está claro que aquello que amamos, de alguna forma también lo deseamos; pero en cambio, deseamos notoriamente muchas cosas que no amamos. “El heroinómano desea la propia droga al tiempo que la odia por su nociva acción” asegura Ortega. Desear algo es tendencia a la posesión, donde posesión significa que el objeto de deseo entre en nuestra órbita y forme parte de nosotros. Por esa razón, el deseo muere automáticamente cuando se logra. El amor en cambio, es un eterno insatisfecho.
El filósofo holandés B. Spinoza intentó rectificar el error de Aquino y busca en el amor una base emotiva: amor sería la alegría unida al conocimiento de causa. Amar a alguien sería simplemente estar alegre y darse cuenta que esta alegría nos llega de alguien.
Ortega cree que Spinoza confunde el amor con sus posibles consecuencias. ¿Quién duda de que el amante puede recibir alegría de lo amado? Pero no es menos cierto que el amor es a veces, muchas veces, triste como la muerte; es más, muchas veces se prefiere la angustia que el amado origina que la indolora indiferencia.
El amor no es por tanto, alegría, como pretendía Spinoza; en todo caso puede ser una consecuencia de ese amor, pero no es el amor mismo.
El amor se parece al deseo en el modo de comenzar. En ambos casos el objeto (deseado) excita, viene a nosotros; pero el amor comienza después de esa excitación; va del amante a lo amado, en dirección contraria al deseo: “en el amor (de enamoramiento) abandonamos la quietud y el asiento dentro de nosotros y emigramos virtualmente hacia el objeto. Y este constante estar emigrando es estar amando”.
Además una diferencia definitiva entre el amor y deseo es que el primero se prolonga en el tiempo; no se ama en instantes, como sucede con el deseo, sino que se está amando con continuidad.
Ortega también analiza la diferencia entre amor y odio, se da cuenta de que la dirección de ambos conceptos es la misma: centrífuga; aunque la intención es opuesta. Es decir, en el odio se va hacia el objeto, aunque contra él; su sentido es negativo. En el amor se va también hacia el objeto, pero en su pro; amar una cosa es estar empeñado en que exista; “odiar es anulación y asesinato virtual”.
El amor (de enamoramiento) es ante todo, dice Ortega; sentirse encantado por algo, y ese algo sólo puede “encantar” si es, o parece ser, perfección. No es que el ser amado aparezca íntegramente perfecto, (este es el error de Stendhal) basta que en él haya alguna perfección, es decir, alguna excelencia que incita a buscar la unión.
No es fácil ni frecuente sentir una atracción exclusivamente física; en la mayor parte de los casos, la sexualidad va sostenida por cierto entusiasmo sentimental, como admiración hacia la belleza corporal, la simpatía…
El caso del instinto es diferente, pues se siente apetito antes de conocer a la persona que lo satisface, es decir, que se puede satisfacer con cualquiera: “el instinto no prefiere cuando es sólo instinto”. El instinto sexual asegura la conservación de la especie, pero no su perfeccionamiento. En cambio el auténtico amor sexual, el entusiasmo hacia otro ser y, en fin, el enamoramiento, es una gran fuerza encargada de mejorar la especie.
La descripción del amor de Ortega es inversa a la de Stendhal; en vez de acumularse muchas perfecciones en un objeto, como sucede en la teoría de la cristalización, lo que hacemos es aislar ese objeto anormalmente, quedarnos sólo con él. Se trata de un estado anómalo de la atención: “sin anquilosamiento de la mente no podríamos enamorarnos”. El enamoramiento para producirse, necesita de una serie de mecanismos automáticos que no tienen en absoluto, ninguna espiritualidad; y es que no hay amor de enamoramiento sin instinto sexual. El amor usa de éste como de una fuerza bruta: “el enamoramiento es otro de esos estúpidos mecanismos prontos siempre a dispararse ciegamente que el amor aprovecha y cabalga”.
Cuando hemos caído en ese estado de “angostura mental”, de “angina psíquica” que es el enamoramiento, estamos perdidos. En los primeros días aún podremos luchar; pero cuando la desproporción entre la atención prestada a una mujer y la que le concedemos a las demás y al resto del cosmos pasa de cierta medida, no está en nuestra mano detener el proceso.
Para salvarnos tendríamos que volver a ensanchar el campo de nuestra conciencia y para ello se hace preciso introducir en él otros objetos que arrebaten al amado su exclusivismo.


V


En el artículo titulado: Enamoramiento, éxtasis e hipnotismo Ortega propone una curiosa analogía entre el místico y el enamorado que ayuda desentrañar las características de éste.
Partiendo del hecho de que en el enamorado se da una focalización especial de la atención (encantamiento) sobre un objeto; Ortega descubre que en los procesos místicos se da una situación análoga concentrada también en el fenómeno de la atención.
Tanto el místico como el enamorado, logran su anormal estado fijando la atención en un objeto, cuyo papel no es otro que retraer la atención de todo lo demás y hacer posible el vacío de la mente. Además existe un curioso intercambio léxico; el enamorado utiliza expresiones místico-religiosas: “estar en la gloria”, la enamorada es “divina”...; y el místico redunda en su proceso de ascensión a Dios en expresiones erótico-amorosas.
Lo primero que propone la técnica mística es que fijemos nuestra atención en algo; el objeto no importa, es sólo el pretexto para que la mente entre en una situación anormal. Hay que atender a algo como medio para desatender todo lo demás del mundo; hay que desalojar de nuestra conciencia la pluralidad de objetos que en ella suele haber. En La India se llama “kasina” a un disco de barro que se fabrica el meditador y en el que fija su mirada; o bien desde cierta altura mira correr un arroyo, o contempla un charco, o un fuego… No hay arrebato místico sin previo vacío de la mente. A fuerza de pensar en Dios llega un momento que deja de ser algo externo a la mente y se incorpora a alma como si fuera parte de él.
Lo mismo sucede en la evolución del enamoramiento: cuando “el otro” corresponde sobreviene un proceso de unión transfusiva en el que cada cual piensa, desea, actúa, no desde si mismo sino desde el otro.
Es el “estado de gracia” común al enamorado y al místico, cuyo deleite estriba en que uno está fuera del mundo y fuera de sí. Esto es literalmente, lo que significa éxtasis. Desde el aguardiente, pasando por las drogas, naturales o sintéticas, son muchos los medios para “salirse de sí” (el éxtasis, droga sintética catalogada como de “diseño” es considerada la droga del amor… La cocaína impide la reabsorción de la dopamina una vez que ésta es liberada y activa el sistema simpático y el hipotálamo. Hay que tener presente que la liberación de ciertos neurotransmisores como la dopamina, está presente en los fenómenos de atención sostenida y de alerta).
El afán de salirse fuera de sí, ha creado todas las formas de lo orgiástico: embriaguez, misticismo, enamoramiento...; no es que estas formas valgan lo mismo, pero pertenecen al mismo linaje.
Otro paralelismo interesante es el que hay entre enamoramiento e hipnotismo; también es éste último un fenómeno de la atención.
Conciliamos el sueño en la medida en que logramos desinteresarnos de las cosas; en la medida en que conseguimos anular nuestra atención. Para entrar en hipnosis se pide al sujeto que sostenga su atención sobre algo a la vez que se suceden los suaves pasos de mano, hablar sugestivo y tranquilizador, mirada fascinante; en fin una serie de manejos de cierto carácter erótico.
Ortega otorga al amor un carácter más profundo, humano y menos violento que al enamoramiento. Todo amor transita por la zona frenética del enamoramiento; pero, en cambio, existe enamoramiento al cual no sigue amor auténtico. No debemos confundir la parte con el todo, este es un error en el que suelen caer los principiantes: el enamoramiento es un estado mental inferior que puede producirse sin la intervención del amor.

Amor: actividad sentimental hacia un objeto.
Enamoramiento: estado anómalo de la conciencia. Fenómeno de la atención
Ortega afirma en la serie de artículos conocidos bajo el título “la elección en amor” que el fondo decisivo de nuestra individualidad consiste en ser “un sistema nato de preferencias y desdenes”. Siendo herméticas esas preferencias y teniendo en cuenta que nuestra vida consiste en la mejor intencionada comedia que nos hacemos a nosotros mismos, hay situaciones, instantes de la vida, en que el ser humano confiesa grandes porciones de su verdadera personalidad. Una de estas situaciones es el amor: en la elección de amado/a revela su fondo esencial la persona.
Ortega reconoce que contra esta idea caben numerosas objeciones por ejemplo el caso de que al hombre normal le “gustan” casi todas las mujeres que pasan cerca de él; pero no se debe confundir el gusto con el enamoramiento, pues no basta con sentirse atraído sino que hay que interesarse. Este interés es el amor (de enamoramiento).
Es necesario, llegados a este punto, aclarar cuál es el papel del instinto sexual. Si es una tontería decir que el verdadero amor no tiene nada de sexual, es otra tontería creer que el amor es sexualidad. La verdadera diferencia es que el instinto tiende a ampliar indefinidamente el número de objetos que lo satisfacen, mientras que el amor (de enamoramiento) tiende al exclusivismo. Nada inmuniza mejor a una persona contra otras atracciones sexuales que el amoroso entusiasmo exclusivo por otra.
Lo cierto es que la belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora y ésta vive en forma de incesante confirmación. Fue Platón quien conectó definitivamente amor y belleza, sólo que para él la belleza no significaba propiamente la perfección de un cuerpo. Amar es algo más grave y significativo que entusiasmarse con las líneas de una cara; “es decidirse por un cierto tipo de humanidad que va anunciado en un gesto o en algún detalle de la voz…”
Amor es afán de engendrar en la belleza, decía Platón. Creación de futuro, vida óptima. El amor implica una íntima adhesión a cierto tipo de vida humana que nos parece el mejor y que encontramos insinuado en otro ser. Hay por tanto un componente de elección en el amor muy importante; la equivocación es mucho menos frecuente de lo que comúnmente se piensa: la persona que se elige es lo que pareció en un principio, sólo que después se sufren las consecuencias de ese modo de ser y a esto es a lo que llamamos nuestra equivocación. “Un hombre vanidoso se enamorará de una mujer vanidosa también. La consecuencia de esta elección es, inevitablemente, la infelicidad.” No confundamos las consecuencias de la elección con esta misma. “La muchacha se enamora, pues, del calavera antes de que ejecute sus calaveradas”.
Lo cierto es que cada generación prefiere un tipo general de varón y otro tipo general de mujer. La vida es modificación; cada época posee su estilo de amar, cada generación modifica siempre el régimen amoroso de la antecedente. A veces esa modificación es tan sutil que se escapa al análisis.
En definitiva, es legítimo afirmar que Ortega realizó, a su manera, asistemática, con multiplicidad de perspectivas (en sus estudios casi siempre fue fiel a su teoría del conocimiento conocida como perspectivismo), uno de los estudios más completos y acertados que sobre el amor se han hecho. Una de las cuestiones más relevantes y actuales es la diferencia que señala entre amor y enamoramiento, fuente de confusión y de desastres sentimentales en la vida real.
Otra cuestión importante que Ortega señaló con acierto, es el carácter histórico del problema, pues la pregunta sobre el amor debería ser: ¿Qué entiende nuestra época por amor?

VI

“La pasión amorosa es una demencia que se cura en dos años. Dos años es un tiempo razonable para compensar los pocos días de fecundación viable que hay en un mes” Jorge Wagensberg
Desgraciadamente los ecólogos del comportamiento, los psicólogos evolutivos y científicos en general ocupados en desentrañar los misterios del amor siguen cayendo en lo que he calificado como error semántico, la confusión y mixtura entre enamoramiento y amor. Se suele tomar la parte por el todo o el todo por la parte.
David M. Buss, Catedrático de psicología de la Universidad de Texas, ante la pregunta de por qué nos enamoramos reconoce que en líneas generales sigue siendo un completo misterio. Aún así, la ciencia ha hecho algunos avances. En principio cree que es un mito asignar autoría cultural al fenómeno del amor, pues en un estudio llevado a cabo por el antropólogo Bill Jankowiak en 168 culturas diferentes encontró presencia de “amor romántico” en el noventa por cien de ellas.
La socióloga Sue Sprecher entrevistó, junto a sus colaboradores, a 1667 mujeres y hombres de Rusia, Japón y Estados Unidos y halló que casi el 50 por cien de los hombres y algo más del 50 por cien de las mujeres declaraban sentirse enamorados en ese momento. El propio estudio de Buss sobre preferencias de emparejamiento en 10.047 individuos le reveló el carácter universal del amor.
Es una pena que D.M.Buss no conociera la obra de Ortega, pues lo único que demuestran sus estudios es el carácter universal del enamoramiento; hecho común en todos los seres humanos dotados de inteligencia; no demuestran en absoluto la universalidad del amor.
De todas formas sus trabajos realizados en el campo de lo que se conoce como “las preferencias en el amor” muestran algunos datos destacables: revelaron que en todo el mundo la gente busca una pareja que sea amable, comprensiva, inteligente, fiable, emocionalmente estable, poco exigente, atractiva y sana. Los hombres de todo el mundo dan más importancia a la juventud y al atractivo físico, cualidades reconocidas como importantes signos de fertilidad y futuro potencial reproductor de la mujer. Las mujeres de todo el mundo desean hombres ambiciosos, que gocen de una posición social decente, posean recursos o el potencial de adquirirlos y que sean unos años mayores que ellas. Lo cierto es que hay cierto emparejamiento selectivo o tendencia a que las parejas estén formadas por personas que se parecen. Las personas inteligentes y cultas tienden a emparejarse con personas con las que puedan compartir sus ideas. Las personas atractivas y seductoras buscan igualmente pareja atractiva.
Un hecho relevante es que, actualmente, en nuestro país, algo más del 50 por ciento de los matrimonios acaba en divorcio. ¿Cual es el problema entonces? El economista Robert Frank afirma que el amor es la solución al problema del compromiso. Si nuestra pareja se eligiera por razones racionales, podría dejarnos por las mismas razones racionales al encontrar otra persona ligeramente más deseable. ¿Cómo podemos estar seguros de que una persona seguirá con nosotros? Si nuestra pareja está cegada por un amor incontrolable que no puede evitar ni puede elegir, entonces el compromiso no flaqueará. Para Frank el amor es más fuerte que la racionalidad, una especie de opio del cuerpo y de la mente.
La explicación científica, afirma Buss, es que la evolución ha instalado en el cerebro humano mecanismos de recompensa que nos llevan a continuar las actividades que conducen al éxito reproductor. La pega es que con el tiempo la droga va perdiendo fuerza; algunos se suben entonces al tren del hedonismo, a la continua búsqueda de éxtasis que acompaña al amor.
La evolución también nos ha dotado con una auténtica carrera armamentística con la única intención de manipular el amor. Los hombres engañan a las mujeres acerca de la intensidad de su amor para conseguir recompensas a corto plazo. Las mujeres por su parte, han desarrollado defensas contra la explotación sexual, por ejemplo imponiendo un largo proceso de cortejo antes de consentir en el sexo, intentando detectar el engaño y desarrollando una capacidad superior para interpretar señales no verbales.
Otro problema, continúa Buss, es que la gente se desenamora tan arrebatadamente como se enamora. No podemos predecir quien se va a desenamorar, pero algunos estudios recientes nos dan alguna pista. Así como la satisfacción del deseo es muy importante para enamorarse, las violaciones del deseo presagian conflicto: “Un hombre elegido por
Amabilidad y su energía puede acabar siendo abandonado si se torna cruel y perezoso. Una mujer elegida en parte por su juventud y belleza puede perder a su pareja ante la competencia de un nuevo modelo de belleza.” Lo cierto es que los hombres que se ven rechazados por la mujer que aman a menudo acaban maltratándola emocionalmente, y a veces, físicamente.
Charles Darwin fue el primero en poner la atracción sexual en un contexto evolutivo. La selección sexual operaba a través de dos procesos: la competición entre miembros del mismo sexo y la elección de uno de los sexos de miembros del otro. La competición de los machos por las hembras explica la evolución de armas como colmillos, cornamentas… mientras que la elección de machos por parte de las hembras explica ornamentos por lo demás inútiles como plumas y perfumes. Lo que los hombres encuentran atractivo en las mujeres es la juventud y la belleza porque todas esas características que hacen a las mujeres bellas, como la piel tersa, el cabello abundante, la figura de curvas marcadas… son signos de fertilidad. Visto a la fría luz de la evolución, lo que los hombres quieren (generalmente de forma inconsciente) es fecundar y tener descendencia. Las mujeres están programadas para lo mismo pero lo consiguen por otros medios. ¿Qué rasgos eligen las mujeres? Escogen a los hombres no tanto en función de su apariencia como en función de su posición social, recursos y voluntad de compartir esos recursos. La posición social es relativa y los hombres compiten por alcanzarla de múltiples maneras. También es importante que sus intereses coincidan, que en el fondo se parezcan.
Hendrix afirma que nuestra elección de pareja se ve influenciada por el comportamiento de nuestros padres: “si por ejemplo, unos pollos de pinzón cebra son criados por padres adoptivos que sean pinzones bengalíes, al alcanzar la madurez sexual, estos pinzones cebra preferirán a los bengalíes por delante de los de su propia especie, como pareja sexual”. Siempre y cuando se eviten emparejamientos con parientes de sangre cercanos, los individuos que se aparean con individuos genética y culturalmente semejantes a ellos mismos producen más descendientes que los que no lo hacen. Lo mismo sucede con los humanos.
Estudios recientes sugieren que el olor corporal puede decir algo sobre la calidad del macho, no en un sentido absoluto sino en relación con el olor de la hembra. El complejo principal de histocompatibilidad (MHC) es un conjunto de genes responsables de la capacidad de combatir infecciones. Los machos de ratón anuncian su tipo de MHC a través del olor de la orina. Las hembras eligen como pareja a los machos que tengan un MHC distinto del suyo, es decir, que lo complemente. Algo parecido puede suceder con las personas, esto explicaría por qué el olor y el sabor son tan importantes y decisivos en una relación de pareja.
Aunque este tipo de investigaciones resultan altamente interesantes, Buss y muchos de sus colegas, científicos o no, cometen el error de confundir el enamoramiento con el amor. Frank por ejemplo, cree que una pareja se mantendría unida por una especie de enlace químico muy probable en estados de enamoramiento, pero al no distinguir los dos estados concluye erróneamente que es la química, en su sentido literal, lo que mantiene una pareja unida.
Es cierto que la gente se enamora o se desenamora, pero este proceso poco tiene que ver con el amor. En principio, y aunque resulte extraño, nadie puede amar sin haberse desenamorado antes; en otras palabras el enamoramiento, en escasas situaciones, conduce al amor, pero éste es un proceso difícil para el que hay que estar preparado.
Por lo general todo el que se enamora está condenado a desenamorarse antes o después; solamente entonces, puede surgir el amor duradero cimentado en otro tipo de valores completamente diferentes a los del enamoramiento, casi diría que contrarios, pues la competición, el alarde de armamento, se convierte en colaboración y complicidad; a veces basada en un proyecto común, a veces en el deseo de procreación. Por eso dos personas opuestas pueden perfectamente enamorarse pero no es factible que su enamoramiento concluya en un proceso amoroso, pues sus proyectos serán diferentes. El enamoramiento es acto y derroche, el amor es proyecto y potencia. Lo fácil es enamorarse, lo difícil es convertirlo en ese sentimiento profundamente humano que es el amor. La mayoría de las parejas que se separan, no es como afirma Buss, por desenamoramiento; es por falta de proyecto, es por intentar avanzar con la persona equivocada. Por esa razón los individuos que se parecen tienen más descendencia: porque están más tiempo juntos a causa de su proyecto común.
Todo el mundo se desenamora. Afortunadamente la naturaleza nos ha dotado con un sistema de seguridad temporal que evita que esa situación de estado anómalo de la atención, no se extienda en el tiempo permitiéndonos realizar otro tipo de tareas igualmente importantes. Para enamorarse está capacitado todo el mundo. Para amar no. El amor propiamente dicho, es una construcción profundamente humana, y como tal, un producto cultural. En todas las culturas, estoy seguro, hay enamoramiento, pero no en todas hay amor de pareja. Es un fenómeno que nos ha llevado siglos, o quizás milenios, construirlo y refinarlo. Demasiado esfuerzo como para confundirlo con un fenómeno más simple y automático como es el enamoramiento, en el que entran en juego factores totalmente inconscientes y reflejos.
El amor es voluntad: hay que querer amar; hay que saber amar.
Por esta razón es muy importante distinguir ambos conceptos, su confusión puede, y de hecho lo hace, acarrear demasiados conflictos que, en la mayoría de las veces acaban en drama, violencia emocional y a veces, hasta física. Es fácil enamorarse de la persona equivocada, pero es imposible amarla.


VII


Según Víctor Johnston, buscamos características atractivas en el sexo contrario. Por ejemplo a los hombres les gustan las caras que muestran niveles bajos de testosterona, la hormona sexual masculina. La cara de una mujer atractiva tiene la mandíbula inferior corta, que es un índice de bajo nivel de esta hormona; también tiene unos labios carnosos, como indicador de estrógenos, la hormona sexual femenina. Es decir un alto nivel de estrógenos y un bajo nivel de testosterona que indican una fertilidad excelente. Otro factor de fertilidad sería la proporción entre la cadera y la cintura (90-60-90), o el cabello largo y sano, puesto que la salud es muy importante para la fertilidad. Una persona sana es un buen reproductor. Las hormonas que influyen en nuestro cerebro en una época muy temprana de nuestro desarrollo, principalmente la testosterona, cambian la estructura del cerebro y posteriormente nos vuelven sensibles a ciertos marcadores. Según V. Johnston, un cerebro que ha sufrido una influencia hormonal en el útero determinará lo que va a encontrar atractivo en su vida; también actúa la selección natural: el sujeto más atractivo es el que más llama la atención, como ese pavo real que muestra su cola, aunque esta cola no sea útil para su supervivencia, pero le sirve para atraer al sexo opuesto y es un indicador muy importante para la hembra. La cola a pesar de las desventajas es un producto de la selección natural. Ocurre lo mismo con las características fisonómicas de las caras de los hombres y las mujeres, atraen al sexo opuesto a través de su mensaje: la cara de las mujeres expresa fertilidad y la de los hombres “buen sistema inmunológico”, muy importante para la supervivencia de los genes. Lo cierto es que hoy como hace 60.000 años resulta beneficioso ser guapo, tanto para buscar pareja como incluso, para buscar trabajo…
Algunos estudios demuestran que las mujeres cambian sus preferencias durante el periodo del ciclo en el que hay un riesgo mayor de embarazo, justo antes de ovular;
¿En qué dirección se produce el cambio? Depende de en qué medida el cerebro haya sido afectado por la testosterona presente en el útero alrededor de la decimotercera semana de vida embriológica; y lo sorprendente, es que es posible determinarlo midiendo sus dedos: el dedo anular crece más en los hombres cuanto mayor sea la cantidad de testosterona a la que se esté expuesto en el útero materno. Esto hace que sea de alguna manera, menos femenino. Las mujeres con el dedo anular largo se sienten atraídas, cuando existe un alto riesgo de embarazo, por hombres más masculinos, hombres de barbilla cuadrada y prominente; no es más que una búsqueda de hombres con buenos genes. En cambio, las mujeres más femeninas, con el dedo anular más corto buscan hombres más amables y cariñosos, cuando hay riesgo de embarazo. Pueden preferir hombres muy masculinos para relaciones cortas, pero para relaciones largas y alto riesgo de embarazo prefieren hombres más amables.
Los hombres que tienen el anular más largo, tienen un recuento de esperma mayor que los otros; también suelen tener más capacidad atlética (la BBC hizo algunos experimentos en este sentido prediciendo en un grupo de estudiantes quien era el posible vencedor en una carrera).
A las mujeres no suelen gustarles los hombres bajos y gordos; tienden a preferir hombres delgados y altos de piernas largas, fruto de que en el pasado fuimos corredores en un clima tropical, donde la relación entre la piel y la masa corporal tenía que ser bastante ligera. La testosterona es la causa del crecimiento en la pubertad, cuando nos hacemos más altos. Por tanto la altura, siempre es un índice de la exposición a elevados índices de testosterona.
Helen Fisher antropóloga estadounidense experta en la “química del amor” sostiene que las parejas humanas tienen una fecha de caducidad de cuatro años; 48 meses es el tiempo que se necesita para que una cría humana no dependa totalmente de sus progenitores. Transcurrido este tiempo los niveles de dopamina bajan drásticamente y este neurotransmisor parece ser el responsable del sentimiento de felicidad que se tiene cuando se está ante la persona amada pues el cerebro activa descargas químicas en forma de recompensa que llevan fundamentalmente dopamina.
En la primera fase de atracción interviene también la adrenalina y la serotonina que se sabe que está relacionada con un buen número de patologías, entre ellas el trastorno obsesivo compulsivo. Por esta razón Fisher considera los fármacos del tipo Prozac como auténticos filtros antienamoramiento. (Ortega ya trataba el enamoramiento como un fenómeno de la atención y como una obsesión compulsiva).
Cuando la dopamina empieza a bajar interviene lo que se conoce como la hormona del amor encargada de crear un vínculo sólido y estable: la oxitocina.
Experimentos con perros de las praderas son muy reveladores. Estos animales son extremadamente fieles y permanecen con la misma pareja toda la vida, pero si se les bloquean los receptores de la oxitocina se convierten en promiscuos. La oxitocina parece ser también la responsable de los vínculos que se crean entre una madre y su recién nacido. En el momento del parto el contacto con la piel, estimula la producción de la hormona.
No está tan claro que en los humanos esta hormona tenga el mismo peso que en los perros de las praderas.
Resulta, en todo caso, un tanto grotesco echar la culpa de nuestros fracasos amorosos a la falta de una hormona.

4 comentarios:

MilkyWay_8 dijo...

Solo he leido un trocito pero intentaré leerlo cuando tenga un poco de tiempo. En definitiva: EL AMOR ES UNA MIERDA!
Y: Drogas + Alcohol = Chipirones inactivos!!!
Nunca te acostarás sin saber nada nuevo jejeje
Por cierto Gonzalo, muy buena la foto del perfil jajaja
Que pases un buen fin de semana!

luisiko dijo...

Me ha gustado mucho. Es un paseo por el fenómeno del amor y enamoramiento clarificador. Gracias
Luis

Paulo dijo...

Se ve que no lo has leido, por tu afirmación del amor...

Paulo dijo...

Me encanto, solo que ya casi al finalizar senti que faltaba algo mas por decirse...